LA ÚLTIMA AVENTURA DE PEPE OTAL
por 
Jorge López

  


La última vez que le vi, Pepe salía con una bici de carreras de su casa taller de la calle Guàrdia. Había guardado ya su pipa de fumar, se había recogido los bajos del pantalón tejano y se disponía a pedalear hasta l’Hospitalet para intentar arreglar la lavadora de una amiga. Al notar mi presencia, se bajó de la bici e hizo el ademán de volverse a la puerta –tal vez para invitarme a entrar y charlar un rato. “Lo primero es la lavadora de Alicia” –le dije-, y quedamos en vernos una semana más tarde, cuando estuviese de vuelta del viaje que le iba a llevar a actuar en la isla de Cerdeña, pues teníamos que atar algunos cabos sobre la jornada de romances y marionetas que queríamos realizar en septiembre –él, animado, ya le estaba dando vueltas a la manera de adapatar un truculento romance de García Calvo sobre el crimen de Puerto Hurraco que le había pasado semanas atrás.
Como en un plano largo, le vi alejarse montado en su bicicleta por la estrecha y alargada calle del Barrio Xino. Unos días más tarde el telenotícies y otros medios de gran difusión daban la noticia de su muerte en la isla italiana. Recuerdo que me sentí extraño al enterarme de la muerte de alguien tan cercano a través de unos medios tan ajenos a mí, pero, al fin y al cabo, todo estaba en regla: Pepe era uno de los marionetistas de más prestigio internacional. Tal vez lo extraño era que alguien con tanta vida como él pudiera morir o que yo lo apreciara más por ser un rebelde auténtico que por ser un reputado marionetista.
Pepe, tan reacio a los ismos, sin embargo había mostrado en varias ocasiones su preferencia por el anarquismo. Él había estado en el entorno del influyente y creativo Sindicato de Espectáculos de la CNT de los años 70, y compartía con los anarquistas la idea de que no había que esperar a tomar el palacio de ningún zar para vivir la vida que uno desea. Y así era Pepe, viviendo y defendiendo su utopía en el día a día. Por eso, ante las amenazas de ser desalojado, se encadenó una y otra vez en su antiguo taller de la Barceloneta hasta que, gracias a las gestiones de su amigo Toni Rumbau, el Ayuntamiento le cedió, a cambio de un alquiler simbólico, un local en la calle Guàrdia. Por eso también, tenía una particular manera de tratarte que te hacía sentir una persona especial. Y por eso, en fin, su casa a menudo se convertía en una improvisada comuna vespertina donde sus amigos, ajenos al mediocre mundo exterior, convivían, charlaban, cantaban, recitaban...
Intentando hacer de su vida pasión y siguiendo el consejo de León Felipe de que las cosas no hagan callo ni en el alma ni en el cuerpo, probó, alternó y compatibilizó muchos oficios y aficiones. Fue ingeniero, marino, boxeador, profesor y, claro está, marionetista. Destacó especialmente en el mundo de las marionetas, es cierto, pero se las ingenió para que este oficio no dejase de ser un juego, alejado de la rutina y del agobio. Por eso, cuando los programadores le reñían por no ensayar bastante sus espectáculos, él respondía: “¡Ensayar es para los cobardes!” Y tal vez por eso a veces atendía más a las opiniones de las personas que no eran del oficio que a las de los críticos teatrales.
Con tantas vidas como vivió y con su especial don para abrazar la sorpresa, Pepe podía contar todo tipo de historias verídicas y, a la vez, insólitas. Yo me escapaba muy a menudo a su casa para escucharlas con gran fruición, y rara era la ocasión en que no acababa llorando de risa –por favor, si nos vemos alguna vez, pedidme que os narre alguna. Hasta sus últimos días, y, de hecho, sus últimos minutos, en la isla de Cerdeña, y en el mundo, están repletos de esas anécdotas entrañables que solía protagonizar. Anécdotas reales: se pasó parte de su estancia en la isla italiana saltando las tapias de la casa donde se hospedaba –es largo de explicar. Y anécdotas apócrifas, como la supuesta reacción que tuvo cuando, después de haber representado la “Divina Comedia” en el pueblo de Teulada, se sintió indispuesto, lo tumbaron y, temiendo que se tratara de un ataque al corazón –como fatalmente fue-, le administraron unas aspirinas y, para que pasasen mejor, le dieron para que bebiera: “pero si es agua” –sostiene la leyenda que dijo, como si estuviera sorprendido de que no fuera una de esas cervezas frías que le habían acompañado en tantos momentos de su vida. Pep Gómez –gran amigo y compañero de representación de Pepe en Cerdeña- desmiente tal reacción, aunque concuerda tanto con el carácter de Pepe, y con otras anécdotas que protagonizó en el pasado, que no es extraño que alguien la haya tomado por cierta.
Pepe –quizás con el propósito de amar todavía más la vida- había tratado mucho la muerte. Estaba presente en sus conversaciones, en sus bromas y en los espectáculos que preparaba: desde las representaciones de “Don Giovanni” o de la “Divina Comedia” hasta los bailes de esqueletos con los que acababan todas las veladas de poesías y marionetas que se celebraban en su casa taller todos los solsticios y equinoccios. En una de esas veladas, precisamente, se dedicó a anunciar repetidamente, entre actuación y actuación, que al final del espectáculo él se moriría. Había construido una caja de madera –una especie de ataúd o armariete- especialmente pensada para que, una vez que se introdujera en ella, se activara un juego de espejos y de luces que permitese ocultar su cuerpo y mostrar al público la imagen de un esqueleto. Pero esa noche el dispositivo no funcionó y la gente quedó algo decepcionada ante las altas expectativas generadas.
Sí, en aquella velada de poesía y marionetas en su taller Pepe no se “murió”. Después de haberla preparado, la muerte rehusó salir a escena. En cambio, fue otra noche, el 24 de julio del 2007, en Teulada, al sudoeste de la ciudad de Cagliari, en Cerdeña, después de otra representación, cuando la muerte, y, en este caso, la de verdad, decidió presentarse, y esta vez le cogió por sorpresa y –como yo creo que nos pasará a todos- sin estar preparado. Pepe, menuda historia, de las que a ti te gustaban, ¿verdad?. Esta, compañero, ya ves, la tendré que contar yo por ti.

Jorge López